Tributos

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Epílogo: La impulsora de un nuevo juego

Quisiera pedir perdón por no publicar, pero lo cierto es que lo hice adrede ya que los martes estoy bastante ocupada con clases mañana y tar...

miércoles, 3 de febrero de 2016

Capítulo 33: Descubriendo el juego.

He tardado mucho en subir capítulo, lo sé, pero mi inspiración parece estar de huelga, no tengo mas que 34 capítulos u.u. Aunque también es cierto que en enero apenas pude escribir. Os dejo el siguiente.


Capítulo 33: descubriendo el juego.


Jack pestañeó aturdido al verse atacado tan repentinamente, ¿por qué no le había prestado atención a las señales que indicaban que aquel no era un lugar desahitado? ¿A esa luz? Porque estaba demasiado ocupado actuando para Cris y los demás. La culpabilidad no era un sentimiento que fuese con él, pero debía admitir que todos los gestos de amistad del chico del doce le afectaban, y quería conservarlo a su lado a cualquier precio. Era mejor tener un aliado leal, aunque te cueste un poco matarlo, que un enemigo en aquel terreno tan engañoso. Ahora había una chica sobre él, en posición atacante. Cris hizo amago de sacar un cuchillo pero él negó con la cabeza. Alta y fuerte, de pelo rubio oscuro, color miel, rizos en una coleta alta y piel ligeramente oscura, combinado con unos ojos pardos...¡Era ella! ¡La chica del distrito nueve! Rápidamente reaccionó, atrapando una de las manos de la chica antes de que llegase a su rostro, seguidamente le propinó una patada en el estómago y la alejó de él, soltándola casi al instante. La chica se tambaleó, agachándose para tantear algo en el suelo, para cuando Jack se tiró sobre ella, inmovilizándola contra este, finalmente sonrió.

—Así que lo que decías era cierto. —Terció ella con una certera sonrisa. —Sabes cazarnos a todos. Me llamo Maika. —Ante la expresión benevolente de la chica, el chico del distrito siete aflojó su agarre, pero no se apartó del todo hasta que tuvo la certeza de que ella no iba a atacarle. Finalmente se rió.

—Jack, distrito siete. —Se presentó formalmente ante la chica que poco a poco se incorporaba. —Me sorprende que no me hayas matado directamente. ¿Qué planeas? —Inquirió entonces, la chica sonrió aun más. Jack le caía bien, era directo y racional y no se andaba por las ramas a pesar de tener una inteligencia fuera de lo común. Seguidamente paseó su mirada hacia los demás presentes, el chico del doce seguía tenso y armado, observándola como si fuese una amenaza latente. Era un buen protector, a pesar de la firmeza con la que estrechaba la mano de aquella chica débil del distrito ocho. En cuanto a ella....Bueno ya le vería utilidad más adelante, lo importante era tener al chico del distrito siete de su parte.

—Una alianza. —Contestó con una breve sonrisa. —Creo que podríamos ayudarnos mutuamente.


Rojo. Así eran los ojos de aquel lobo, rojo sangre al igual que su vista pero no de forma literal. Siendo apenas un lobo salvaje, el Capitolio lo había capturado, manipulado y alterado hasta convertirlo en una máquina de matar. El rojo era su lenguaje, veía sangre y atacaba, desgarraba e incluso mutilaba. No tenía ningún código, como era lógico en un animal, pero una parte de su mente estaba programada por los vigilantes para que atacase específicamente a los tributos. No iba a detenerse ahora que tenía a uno de ellos haciéndole frente. Ese chico de valerosos ojos azules, que había atrapado una de sus piernas con un lazo. Se vio obligado a soltarla a la par que intentaba incorporarse rápidamente. Entre la violencia del golpe y las rocas y otros elementos dañinos que adornaban el suelo, su brazo izquierdo, ennegrecido de tierra, se hallaba rajado profundamente en vertical, formando un tajo irregular que sangraba de forma continua y dolía. También tenía la pierna lastimada de tal forma que el lado izquierdo de su muslo había adquirido un tono ligeramente morado, casi negro. Aunque debido a la suciedad de las zonas afectadas por la caída se desdibujaban los límites de la herida. Eran huellas del golpe fuerte contra el suelo que le había dado el lobo, cuando quiso atacar a los fugitivos, su brazo aterrizando sobre una roca ligeramente puntiaguda. Aterrizó limpiamente sobre el chico, que apenas tuvo ocasión de moverse unos centímetros, debido a sus heridas. Sus ojos viraron a su rostro adolorido. Era intimidante pero aun así el chico de ojos azules no se amedrentaba. Sentía el olor de la sangre, suciedad y carne bajo la piel, todo ello acompañado de una sensación de miedo que no hizo más que enloquecerlo e inducirlo a atacar. Nolan bloqueó la garra con su brazo sano y una daga entre sus manos, la otra se le había caído y yacía en el suelo. Ahogó un grito mordiéndose el labio cuando el lobo burló sus defensas y consiguió incrustar sus dientes en su brazo adolorido,era un dolor intenso e insoportable, como algo que se parte a cámara lenta. ¿El lobo estaba tardando en terminar adrede o era cosa suya? Dejo de morderse en cuanto notó el sabor de la sangre en su boca, e intentó prestar atención a otra cosa que no fuera el dolor creciente de su brazo, cuando le pareció ver un destello rojizo tras el lobo. ¿Sería acaso...? No tuvo tiempo de comprobarlo, ya que enseguida la bestia gritó agónicamente, soltándolo, y una voz ligeramente familiar gritó.

—¡Lárgate Nolan!—

Nolan entreabrió los ojos de par en par, ahora más seguro de su sospecha que nunca. Ese chico joven, pelirrojo de intensos pero frívolos ojos almendrinos, que se hallaba sobre el lobo, era acaso...¿Sean?


—¡Ahí está!, retrocede, rápido, ¡Claudis!—La protesta del presentador en la pantalla central de la sala donde se hallaban los mentores profesionales, no era más que un eco de la ansia generalizada, que se aspiraba tras el Capitolio por la batalla retransmitida. Desde el momento en que Nolan se implicó fuertemente en ella, hasta la aparición de Sean. Los profesionales apostados en las cercanías habían oído los gritos y, ante la ausencia de cañones, habían decidido que uno de ellos iría a comprobar que ocurría. Finnick ni siquiera necesitaba preguntarse por qué Sean había sido el primero en presentarse voluntario, su instinto retador hablaba por él tanto como su inconsciencia. Su mente trabajó en un modo de disuadirle, quizás un paracaídas con alguna nota o lo que fuera, cuando el chico pelirrojo ingresó al lugar y viendo a Nolan, no perdió en actuar y asirse al árbol más cercano que vio, para luego saltar sobre el animal, demasiado absorto por la sangre y el dolor visible de su presa como para captarlo. Fue como si todo fuese en cámara lenta, un aterrizaje limpio aunque molesto, cuya técnica para mantenerse sobre el lobo se basaba en, simplemente, incrustar el hacha más grande que tenía, lo más profundamente y largamente posible. El vencedor aun se hallaba sorprendido de que aquello le doliera, pues había visto lo ocurrido con los cuchillos del chico del doce anteriormente. Pero obviamente unas piernas no eran el lomo, ni tenían la fuerza que había empleado su casi hermano en el golpe. No había rastro de furia tras sus ojos, solo frialdad, y aun así Finnick Odair no tenía duda de que había usado toda su fuerza en aquel ataque. Sin contar lo afilado que era realmente el filo de aquel arma, podría cortarle la mano a uno sin que apenas se diese cuenta, de no ser por el dolor.

—No puedo hacerlo Caesar, la imagen es en directo, ¿recuerdas? —Los presentadores se afanaban en recoger en las pantallas del plató lo mismo que él había visto antes, la llegada de Sean y su ataque. Era como si todas las cámaras se hubieran centrado en él nada más llegar. Recordó la ultima vez que lo habían enfocado, los destellos de la arena que no hacían más que reflejar la calma aparente del lugar... Una calma que también se reflejaba ampliamente en el rostro de su amigo. Su forma de jugar con las hojas de los árboles... ¿Por qué había sonreído tan siniestramente? Y finalmente, aquella broma. Sean no sería uno de los jóvenes más atractivos del distrito cuatro, como él, pero desde luego sabía hacerse notar.

—Cierto. —Rió Caesar potencialmente animado. —En la repetición ya rescataremos las imágenes de los profesionales para satisfacer la curiosidad de nuestro público sobre la decisión de enviar a Sean Kingsley allí. —Durante todo el tiempo hasta la llegada de Sean, la imagen central se había basado, básicamente, en la batalla que libraban Nolan y aquel lobo grande. Solo habían partido la pantalla a la mitad para mostrar la extraña alianza de los otros tributos de los distritos, nueve, doce, y siete. Poco más. De ahí que el público no tuviera ocasión de presenciar a los profesionales, como si habían hecho él y los demás mentores desde sus pantallas personales.—Y...¡Oh!, ¡oh! ¡Dime que no ha hecho eso!—La pantalla se hallaba enfocada en un hueco entre Nolan y la criatura. El chico del ocho pareció decir algo, y desvió la mirada hacia la joven del distrito once, que, sorprendentemente, seguía viva, aunque aun no había recuperado la consciencia. Mejor así. Sean ni siquiera se inmutó cuando vio el estado de sus heridas, solo asintió para luego verse sobrecogido por el movimiento enloquecido del animal herido, obligando-le a soltar su arma y saltar hacia atrás. Lo vio impulsarse enérgicamente el aire dando una voltereta trasera, para luego aterrizar agachado sobre el suelo, haciendo algo que recordaba haberle visto hacer, por primera vez, cuando solo tenía doce años...


Era uno de los actos que su mente había grabado desde entonces, no solo como seña propia y particular de Sean Kingsley, ese joven rico y demasiado habilidoso como para tener doce años, sino también de lo que él era en realidad. Una leyenda creciente desde que el mismo día en que, celebrándose la Victoria de Ennobaria en el Capitolio, casi al termino de su gira, una insurrección en el distrito cuatro había amenazado con reducir el edificio de justicia a pura ceniza. Sofocada la revuelta y ejecutados sus principales instigadores, nadie había podido ubicar entre ellos al que creían que había iniciado el incendio. Un joven que, desde ese momento y como consecuencia a pequeños pero existentes ataques rebeldes, que perjudicaban de un modo u otro a los agentes y la aplicación de la “justicia” en el distrito cuatro; había sido conocido como el chico sin miedo. Aquel que escapa a la ley...

Evidentemente no había ninguna prueba de que aquellos elementos estaban correlacionados, pero Finnick no la necesitaba. Había admirado a Sean desde los diez años, era el chico más valiente del distrito, el único que tenía el valor de decir y hacer lo que quisiera, en el distrito cuatro. No le importaba las consecuencias, era libre a su manera y él, por aquel entonces con la inocencia propia de los doce años, no podía más que ansiar ser tan valiente como él…

Desgraciadamente desear era más sencillo que hacer, y en aquel momento, el niño cobrizo que era ni siquiera era capaz de lanzar su tridente hacia las dianas, sin pensar en otra cosa que no fuesen niños. Ellos se iban a convertir en sus víctimas en los próximos juegos, si llegaba a ser cosechado. No podía pensar en matarlos.

Suspiró frustrado bajando el arma, algo desanimado. Definitivamente, apuntarse a la academia como alternativa a la preparación que, antes de morir, le disponía su hermano mayor; era una mala idea. Tal vez debería hablar con Mags y dejarlo ahora que podía. Justo pensaba en eso cuando oyó una voz.

No. No deberías de pensar en niños. Piensa en dianas, monstruos, animales, personas horribles,...Cualquier cosa a la que puedas disparar, y aplica-la. —Finnick casi se cae de la impresión al ver a su ídolo junto a él, ese chico de baja estatura, pelo rojo fuego desgarbado y ojos de color almendra intenso. Siempre había pensado que tenía una voz demasiado carismática para tener solo doce años, mas lo realmente hipnótico eran las figuras de luz que dibujaban las hojas de los tres cuchillos, con los que jugaba a la par que hablaba. Y era tan inteligente y perceptivo... ¿Cómo acaso había adivinado que estaba pensando en niños en este momento? Ni siquiera tuvo tiempo de preguntarlo cuando el chico lanzó sus armas, haciéndolo ver por entonces algo aun más impresionante, antes de que alcanzaran su objetivo, un rayo de luz...


El mismo que Sean estaba formando en estos momentos al lanzar, era una técnica que se había hecho famosa desde hace años en el distrito cuatro de la mano de una joven, que sabía realizarla desde los doce, Denalie Cresta. Tres cuchillos lanzados a una velocidad tan impresionante que lo único que te daba tiempo de ver, antes de que las armas alcanzasen su objetivo, era aquel rayo que dibujaban las hojas metálicas. Era mejor no fijarse mucho en él si estabas entre los objetivos, arruinada toda oportunidad de evasión. Pero, ¿como no hacerlo? Era algo impresionante.

—¡Es asombroso! ¡No había visto un despliegue de tan grandiosas habilidades, en el distrito cuatro, desde los sexagésimo segundos juegos del hambre!—La exclamación emocionada de Caesar era tan alta que casi resultó ser un grito en el micrófono. —¿Quién era la chica esa que lanzaba tan bien los cuchillos? ¿Denalie? —Finnick apretó los puños. Oír hablar de aquella valiente e inteligente amiga de Sean, de forma tan impersonal, le irritaba. Sobre todo después del horroroso final que había tenido en los juegos.

—Sí, Denalie. —Confirmó Claudis con una sonrisa comprensiva, como si aquel olvido de tributo fuera algo justificable, y la pantalla se dividió por una esquina con las imágenes de una joven quinceañera cuyos ojos, no supo porque, se le hicieron familiares al joven vencedor. —Era una de mis favoritas. —Afirmó. Los presentadores comenzaron entonces una evolución comparativa de los tributos presentados, difunta y vivo, bastante interesante para el Capitolio. Finnick desvió la mirada hacia su pantalla personal, procurando hacer oídos sordos a ello. Ahora mismo no era momento de preocuparse por el pasado de su hermano, sino por su presente. Los cuchillos habían aterrizado en ubicaciones diferentes de las esperadas: uno en la muchacha del distrito once; dándole muerte al instante, como marcaba el cañonazo; y dos en el lobo haciéndolo sufrir. Pero extrañamente en ningún punto vital. Agudizó la vista inclinándose sobre la pantalla para buscar el zoom que le permitía ampliar la vista y así observar las heridas más de cerca, ¿A que jugaba Sean ahora?, ¿por qué no había matado al muto ya? Lo tenía a tiro. Para cuando el televisor principal fue silenciado de golpe. Ennobaria temblaba, apretando el mando con tal fuerza que, de haber sido algo más frágil, lo habría roto. Finalmente dijo.

—No es por nada pero como vuelva a oír a ese par hablar otra vez de mis juegos les rajaré la garganta, ¡a los dos!—Recalcó. —¡Es una total falta de respeto hacia lo que está pasando ahora!—Finnick sofocó una carcajada muy alegre. No lo decía en serio, evidentemente, más era agradable que, por una vez desde que habían comenzado los juegos, fuera otro vencedor el blanco de todas las miradas juiciosas. Y la vencedora del distrito dos sonrió, enseñándole, de forma feroz, todos sus dientes puntiagudos. Procuró no echarse a reír de nuevo, mientras ampliaba la vista de su propia pantalla en el tiempo en que los presentadores dejaban de hablar de Denalie y se ubicaban en el momento presente. Ahora veía, Nolan y Sean se hallaban frente a frente, el tributo del distrito ocho tenía los ojos abiertos como platos, tanto por la aparición de Sean, como por la demostración de habilidades. Había una certeza extraña tras sus ojos, mas Finnick no tuvo apenas tiempo de ubicar su razón. Pues, enseguida tuvo que apropiarse del mando y subir el volumen; ya que el chico hablaba, aparentemente muy confundido.

—Sean tú...¿Como es que...?—Las palabras se vieron interrumpidas por otro proyectil del “chico sin miedo”, en este caso una hacha, que le rozó la oreja a la par que Sean decía de forma firme y clara, pero sin ningún rastro de hostilidad real, solo previsión...

—No pienso repetirlo, Nolan.

Nolan lo observó como si aun no se creyese lo que acababa de pasar y Sean le guiñó un ojo, justo en el momento en que el lobo conseguía encontrar, bajo la ira, la fuerza de cargar hacia Sean de nuevo. Estaba débil por los golpes recibidos, lo cual le permitía evitarlo de forma exacta a la par que intentaba retroceder sobre sus pasos. Nolan entonces sonrió, y en la mirada del joven tributo Finnick pudo ver la respuesta que llevaba un buen rato buscando. Sean ni siquiera estaba luchando, solo hacía lo que llevaba haciendo desde el mismísimo inicio de los juegos, pero que él no había sabido identificar apropiadamente hasta ahora. Jugar...


Emoción...Eso era lo que captó la joven vencedora del distrito uno en el rostro del vencedor del distrito cuatro, nada más ingresar a su sala de mentoreo, en donde estaban reunidos todos los mentores de los distritos profesionales, desde el inicio de los juegos. Oficialmente cada distrito tenía su propia sala, mas era habitual que en los distritos donde se produjesen alianzas, los mentores de estos se reuniesen en una sola. Generalmente la del distrito del tributo designado como líder de la alianza, en este caso William. Emoción, entusiasmo y confianza, como era de esperar en caso de un tributo tan hábil y cercano para él, como era Sean en este juego. El tributo del distrito cuatro había demostrado no solo ser un tributo extremadamente hábil, sino que estaba lleno de secretos, habilidades que ella ni siquiera sospechaba y lo hacían ascender en el podio y, finalmente, aquella relación tan especial que compartían el vencedor y él. No necesitaban haber nacido en la misma familia para ser hermanos, lo eran de sentimiento y aquello era algo tan obvio que lo notaba en el rostro del joven vencedor. La esperanza de tener a su hermano de vuelta. Finnick rió.

—¡Jugando!—Exclamó con una nota de alegría casi loca en la voz. La pantalla seguía mostrando a Sean toreando e hiriendo al lobo, como si se tratase de uno de esos animales a cuernos con los que, antiguamente, los hombres solían jugar de una forma algo cruel, aunque tal vez no tanto como los mismísimos juegos del hambre. Atrayendo-lo hacia algo rojo que captase su furia, generalmente la capa del matador del animal, para hacerlo embestir con furia hacia ese solo objetivo, de una forma tan elegante que casi pasaría por un baile, de no ser por las picas, banderillas y otros utensilios que recordaba que se le clavaban al animal para torturarlo. —¡Maldita sea, estás jugando!—Estaba tan entusiasmado que apenas controlaba el volumen de su voz. Ver a Sean esquivando de forma casi impecable las embestidas del lobo, a la par que este se enfurecía y fatigaba, desde luego era un espectáculo para los ojos. Más no entendía la emoción del joven vencedor en estos momentos, Sean no estaba haciendo algo tan extraordinario, por más que al Capitolio le comenzase a divertir el baile. —¿Como no me había dado cuenta antes?—Acercó sus dedos a la pantalla delineando algo que ella no comprendió del todo, un patrón extraño de líneas o, quizás, un símbolo. Seguidamente sacudió la cabeza y se río de nuevo. Estaba alegre, demasiado alegre, era como si tras aquella exagerada exhibición de habilidades, por y para el espectáculo, se encontrase la clave para vencer los juegos. Fue justo en ese momento cuando todo cambió...

Lo vio casi en cámara lenta, Sean había ido retrocediendo paulatinamente hacia la zona del boscaje donde se hallaban los otros profesionales. Inicialmente le había parecido algo lógico ya que dudaba que una sola persona pudiese neutralizar a un muto de esas proporciones, independientemente de que este se hubiese cansado un poco en la batalla contra Nolan. Más ahora, después de ver a Sean en acción, comenzaba a dudar de que el tributo no hubiese podido apuntar a matar y acertar, si quisiese. El lobo consiguió herir a Sean, no era algo muy profundo ya que de serlo el vencedor se preocuparía, más el tributo reaccionó de una forma sorpresiva, como indignado, no, furioso. Y por un momento a ella le pareció ver un brillo inusual tras sus ojos. Cogió dos hachas de su cinturón, una en cada mano, y con ellas trazó una equis en el pecho del animal, haciéndolo sangrar de forma continua. Este rugió y volvió a embestir a ciegas, pero esta vez Sean se apartó a tiempo. Y el lobo vino a caer encima del tributo equivocado, William...
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Parece que la tensión no culmina a pesar de la escasez de muertos xD. Hoy nos despedimos de la chica del distrito once. Jara. Sé que el ambiente propiciaba más muertes, pero si estas se producían tendría muchos más problemas de los que tengo ahora para seguir la historia. Necesito a ciertos personajes vivos al menos hasta casi la mitad del juego, no lo hago adrede. Y otra cosa, investigando en internet encontré la foto de un chico que se parece mucho a mi idea de Sean. ¿El problema? Está en manga, pero con un poco de imaginación... jajaja. Es esta.

PD: sí, un poco triste, pero es lo que encontré. Inicialmente los ojos de este chico eran verdes pero conseguí colorearlos. Espero que hayáis apreciado el capítulo.


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