No sé si cuatro semanas son muchas pero en mi defensa diré que me estoy implicando en muchas cosas ahora en vacaciones. ¡Os dejo el siguiente capítulo! :D
Capítulo
30: Perspectivas diferentes
Un cañonazo. La primera vez que Sean Kingsley se familiarizó con ese sonido fue cuando apenas tenía diez años. Aquella chica, Celeste, una serpiente, un cañonazo y su hermana enloqueciendo...Toda su vida había girado en torno a aquellos factores. Cañonazos, juegos del hambre, vida...Su padre se los enseñó con la ilusión de hacerlo profesional y ayudarle a mantenerse vivo. Preparándole así para los juegos de la vida, aquellos que le ayudarían a triunfar. No le enseñó a quererlos pero tampoco a despreciarlos, eso lo eligió él. Todo lo eligió él.
—Denalie,
me tienes que prometer que regresarás. —La
voz del niño azorado en el edificio de justicia era casi frenética.
Su compañera de entrenamiento, aquella chica de quince años con la
que gustaba de hablar y practicar todos los días en la academia,
había sido elegida para representar al distrito cuatro en los
sexagésimo segundos juegos del hambre. Una maestra de cuchillos
excelente, Denalie Cresta.
—Sí,
supongo que puedo hacerlo. —La
voz de la chica de ojos verdes era algo débil, melancólica a pesar
de la sonrisa fría que le regaló.—Solo
tengo que volverme tan tétrica como Oceana o más, pan comido.—Soltó
una risa sarcástica y el chico la miró como si hubiera perdido la
razón. Oceana era su adiestradora y una de las más temibles
vencedoras del distrito cuatro. La más joven hasta ahora y también
la más cruel, tétrico. —¿Qué
quieres que te diga Sean que acaso no quiero ganar? Es una sensación
extraña todo eso, pensé que estaría aterrada y sin embargo...—Se
quedó callada unos minutos y bajó la mirada toda avergonzada. —No
le digas nada de esto a mi familia Sean, pero yo no creo que pueda
ganar esta cosa. No es algún revés, es el destino, siento como si
esto fuera el final que me espera y aunque voy a luchar por ganar con
todas mis fuerzas yo...—Sus
ojos conectaron con los del niño de once años que se hallaba frente
a ella sosteniéndole la mano y él negó con la cabeza. —No
lo entiendes, ¿verdad? No entiendes la placidez que se siente, la
falta de miedo...—La
miró como si fuera un extraterrestre y ella se rió.—Sientes
eso todos los días y aun así no te paras, ¿por qué?—Se
refería a desafiar las normas, jugar con la muerte a cada segundo
desde el asesinato de su hermana, desde el momento en que había
descubierto los juegos del hambre y la razón de las injusticias en
todo el distrito. El Capitolio.
—Supongo
que porque no noto que debo hacerlo. Que este no es el final y aunque
lo sea habré muerto siendo yo mismo. Extraño, ¿no?—
Ella negó con la cabeza y le regaló una sonrisa comprensiva. —Pero
tu eres diferente Dena, no tienes porque mo—La
chica le tapó la boca y él la fulminó con la mirada indignado,
poco tiempo había para animarla, ¿por qué no le dejaba hacerlo?
—Déjame
decirte un consejo por si acaso no vuelvo. Algo que te servirá para
siempre. Si por algún revés del destino sientes la muerte a tus
espaldas, no una provocación por parte tuya sino la verdadera...—La
chica inspiró hondo y seguidamente lo abrazó contando los segundos
que faltaban para que les separaran en voz baja y finalmente terció
en un susurro.—Asegúrate
de atar todos los cabos de tu vida antes de que sea demasiado tarde.
Solo así conseguirás irte al otro lado sin ningún tipo de
arrepentimiento...—
—¡¿Y
lo dejas dormir?!, ¿es que acaso no recuerdas donde estamos
Cynthia?—La voz encolerizada de William hizo a Sean casi saltar de
golpe y tuvo que inspirar hondo varias veces para retener los
improperios que se le atenazaban en la garganta. No sabía porque
estaba soñando con Denalie ahora, quizás porque estar en los juegos
le hacía recordar épocas pasadas, esa sensación de placidez que se
apelmazaba en todo su cuerpo y en la que procuraba no pensar. Todos
se veían muertos en los juegos del hambre más aquello no
significaba que se cumpliese. Veintitrés morían, solo uno
sobrevivía, bien podía ser él.
—¡Pues
claro que lo recuerdo pero no sé si te escapa que no soy una
debilucha William! —La voz de Cynthia se mantenía firme aunque no
tan alta. No era ingenua, Sean le había dicho que si hubiese un
peligro que no pudiese afrontar sola gritara y no había pasado nada.
Casi nunca pasaba nada en la Cornucopia, no comprendía porque su
chico se enfurecía tanto. —¡No ha pasado nada!—Insistió con
furia atrayendo la atención del chico pelirrojo que fácilmente se
olvidó de su tormentoso despertar, y se puso a escucharles
interesado. Si Cynthia y William se dividían perderían
patrocinadores y entonces él...No, era mejor no hacerse ilusiones
tan pronto, pero que estuviesen discutiendo en plena arena era un
gran avance.
William
le cogió la mano a Cynthia intentando aparentar cautela, no quería
que perdiese los nervios, no quería que hiciese una locura, podría
echarlo todo a perder.—Lo sé, ¿vale? Pero podría pasar y tú,
piénsalo Cynthia, no puedes matar y ...—Fue en ese momento que
Cynthia se enfureció y soltándose le interrumpió para gritar sin
ni siquiera controlar el volumen de su voz:
—Espera...espera...¡¿Insinúas
que por qué no pueda actuar como si fuera una bestia, como tú, y
disparar a un pobre niño inocente, que lo único que hace es huir,
es que soy una inútil?! Porque tengo cinco años encima de
entrenamiento de profesionales que demuestran lo contrario. —Ante
eso William se río fuertemente provocando que la joven callase todos
los argumentos defensivos que tenía, mientras que Sean sonreía
maliciosamente. ¿No habían hablado de eso aquella noche en la
Cornucopia? ¿La extrema violencia de William y sus consecuencias? No
imaginaba que Cynthia lo tuviese en cuenta tan pronto, aquello estaba
funcionando mejor de lo que planeaba y lo mejor era que ni siquiera
quiera había necesitado crear un problema para llevarlos al caos. Los
conflictos ya existían de antes.
—No
soy una bestia Cynthia. —Replicó el chico rubio con una
tranquilidad inusual. —Solo hago lo que hay que hacer, matar para
sacarte de aquí, querida. Y tú, en vez de protestar, ¡deberías
agradecérmelo!—Cynthia soltó un suspiro exasperado y se dirigió
a la tienda que había estado montando mientras su chico regresaba,
malhumorada. Un buen lugar para pasar la noche por si acaso hacía
frío. Sean le había recomendado que no protestase pero no podía
hacer nada si su chico se empeñaba en seguir tratándola como una
muñeca de porcelana. Le echó una mirada negra a su chico antes de
entrar, insinuándole de esa forma que no era para nada bienvenido
junto a ella esta mañana y William pestañeó observándola confuso
antes de que desapareciera. Tenía razón, estaba actuando bien. Los
vigilantes apoyaban a quién más ferozmente mataba y era justo lo
que estaba haciendo. Estaba ganándose su apoyo para ganar y
ella...Sintió la rabia ascender por todo su cuerpo y apretó los
puños enfurecido ¿Donde estaban los demás tributos cuando más los
necesitaba? Necesitaba desahogarse y ellos eran la mejor vía para
ello. Donde estaba...¡Demonios!, ¿donde estaba Nolan? ¿No quería
enfrentarse a él? Su mano se movió instintivamente a las marcas
que había dejado la daga del chico del ocho en su muñeca, podría
haberle matado, no lo había hecho. Él lo haría por él y al mismo
tiempo una parte de él temía sucumbir.
Cynthia
estaría desprotegida si lo hacía, era en lo único que podía
pensar.
—Relájate
Will, mientras matéis tributos ahí abajo no nos pasará nada. —Casi
pegó un brinco al descubrir a Sean sentado a su lado, ¿de donde
sacaba la discreción este chico? Recordaba oírle decir ,entre mil
detalles sin interés, en su entrevista, que era hijo de la que el
Capitolio consideraba la segunda familia más adinerada del distrito
cuatro, sin contar a los vencedores. Esa gente estaba acostumbrada a
hacerse notar, no a esconderse. —Cynthia me recomendó que
descansase un poco al ver que me había quedado despierto casi toda
la noche. Agarré mi hacha y le dije que me despertase si pasaba algo
irreparable, cosa que no pasó. —Informó simplemente y William
asintió cabizbajo, casi se le había olvidado que tenía cosas que
reprocharle a él también. —Es una chica muy noble, ¿sabes? Una
pena que esté aquí. —Volvió a asentir, noble no era precisamente
la palabra pero quedaba mejor que blanda. No comprendía porque se
empeñaba en pensar en los tributos como personas, lo haría más
doloroso. —Los vigilantes no dejan nada al azar William y una
batalla en primera plana sorprende más que un accidente en una
ventanita. Aporta diversión y lo demás saldrá solo. Es lo único
que te puedo asegurar. —Las palabras no eran más que un susurro
inaudible al aire, pero ya en ellas se dejaba traslucir una naciente
sabiduría que hizo que William lo observara entre encantado y
temeroso. Sean no era el crío inocente que se había imaginado, era
un chico joven con un ingenio fuera de lo común y un carisma
atrapante que sabía lo que arriesgaba aquí tanto como él o más, y
aquello comenzaba a darle miedo. No podía verlo como un juguete si
se empeñaba en ser el rey, un punto a parte en una sucesión casi
continua que le hacía preguntarse si podían simpatizarse. No estaba
en lugar como para simpatizar con nadie y sin embargo lo hacía.
Miller...Sean...Los dos eran profesionales que podían matarlo en un
chasquido de dedos si querían. ¿Por qué se empeñaban en ser sus
amigos, entonces? Aquello era contraproducente.
“Deberías
agradecérmelo” Aquellas
palabras se habían quedado atoradas en la mente de Cynthia más
tiempo del que quería procesar, lo hacía, evidentemente, pero no
podía evitar asustarse con ello. William mataba de una forma casi
salvaje, desahogando su rabia con aquellos que tenían menos culpa de
ella, los tributos y por ello comenzaba a asquear-le. Cuando le había
visto defender esa postura asesina en la entrevista había pensado en
una actuación, pero verle en la arena cambiaba las cosas. Una
actuación era lo que se veía tras la entrevista, matar y sonreír
como si nada era otra cosa y sin embargo, lo que le había dicho
Sean...
“Deja
que todos hagan lo que les venga en gana en esta arena, tu novio
incluido, sé que duele verlo así, pero supongo que le resultará
más fácil verlo todo como si fuera un juego que imaginar que está
matando salvajemente a todos por ti.” Las
instrucciones del chico pelirrojo aunque algo abstractas eran fáciles
y sencillas de aprender. Tenía que ser amigable, como uno lo sería
en una situación normal pero no forzar nada, simpatizar con gente
como Miller a estas alturas resultaría hasta sospechoso. Solo podía
limitarse a Giannira y a él, y al mismo tiempo era mejor así,
que
no abriese su corazón más de lo estrictamente permitido. Le sería
más fácil.
“Pero
es que esto no es un juego Sean, no puedo entenderlo.”
Se quejó sin quererlo, el chico parecía entender a todos de una
forma casi alarmante y aquello le aportaba confianza. Sabía que no
eran amigos pero no podía evitar sucumbir a sus palabras amables
casi planeadas. Confiarle todo era demasiado fácil. Sean se encogió
de hombros lanzando su hacha al aire y atrapándola por el mango en
gesto casi ensayado, llevaba un buen rato con esa práctica y si era
sincera le asustaba un poco. Pero no podía permitirse flaquear en
los juegos, tenía que utilizar el miedo a su favor en vez de dejar
que la dominara, no ganaría nada quedándose quieta, tendría que
contraatacar para vencer...
“Tampoco
importa Cynthia, cuanto más disfrutemos matando más nos favorecerán
los de arriba, es así como funciona el juego realmente.” Le
confió él en voz extremadamente baja, y ante eso Cynthia no había
podido evitar mirarlo simple y llanamente horrorizada, entendía que
tenían que matar personas para sobrevivir pero eso... “Creía
que tu novio ya te lo había comentado.” Negó
con la cabeza, no se lo había comentado, evidentemente, y ahora
comprendía porque, ella no podía hacerlo, no podía convertirse en
un monstruo, no lo soportaría. En cambio William...
“Deberías
agradecérmelo”
Cerró
los ojos violentamente ante la sucesión de imágenes de tributos
muertos que se agolpaban en su cabeza, intentando no ceder ante los
sollozos que amenazaban con sacudir su cuerpo, ni las ganas de acudir
junto a William para intentar arreglarlo todo. Era mejor así,
cuantas más brechas hubiese entre ellos, menos le dolería
perder-lo, mas, ¿realmente podía hacerlo?
—Piensa en ello como una carrera de obstáculos Giannira. —La voz de Sean llegaba amplificada por el televisor de la sala en donde estaban los mentores de los tributos profesionales. Estaban a día dos en la arena y los profesionales se aprestaban a salir de caza, de nuevo, con un pequeño aliciente que interesaba mucho al Capitolio, esta vez Sean les acompañaba. —Si ganas, ellos mueren, si pierdes lo haces tú. Y eres una de las mejores corredoras del distrito cuatro Giannira. —La chica del distrito cuatro bajó la mirada cohibida por los cumplidos de su compañero y Finnick intentó ampliar la vista de su pantalla para ver de lo que hablaba Sean ahora. Pues, entre los tratos con los patrocinadores y la última “visita” a aquella vigilante, Thalía, en la que prefería no pensar, no había podido estar muy atento a la emisión de hoy. Dalila lo había estado por él y acababa de avisarle para que cambiaran turnos, ya que Giannira iba a quedarse en la Cornucopia esta noche. No consideraba necesario vigilar a su tributo si esta no se iba a poner en peligro y aquello le daba tiempo para descansar tranquila y, o, buscar patrocinadores.
Y aunque Finnick consideraba que siempre se estaba en peligro en los juegos del hambre, no veía razón para contradecir a la experimentada mentora. Sean le interesaba más que Giannira, de todos modos.
—Sean, ¡¿has acabado ya?!—La interrogación de William hizo que el aludido se incorporara y Finnick pudo ver lo que estaba manejando, una trampa. Sonrió y toqueteó los botones para ver justo lo que estaba mostrando Caesar ahora mismo en la pantalla central pero más ampliado. Al ser mentor podía acceder a casi cualquier ángulo de la arena en donde estuvieran implicados sus tributos y analizarlo a fondo. Sean tenía razón aquello era como una carrera de obstáculos, acción - reacción, acto - consecuencia, juego – manejo. Su tributo había improvisado, a petición de William, una telaraña de trampas cuyo objetivo era proteger la Cornucopia en caso de urgencia. El chico del distrito uno seguía sin estar seguro de dejar a su chica desprotegida, pero si quería cazar era obvio que no podía acompañarlo, le entorpecería, y Giannira ya no era considerada de fiar desde la última noche. En el fondo Finnick comprendía a la chica, a él tampoco le habían entusiasmado algunas prácticas de los profesionales en sus juegos, pero ocultar a los tributos no ayudaba nada.
—No utilices esto a menos que te veas en auténtico peligro, Gianni. Lo bueno es que tendrás el efecto sorpresa de tu lado ya que unicamente tú, y Cynthia, si quieres, conocéis el modo de activar las trampas a medida que huís. Lo malo es que una vez activado el circuito, no podrá detenerse. Eficaz pero peligroso, no podrás volver atrás hasta que lo termines y...—La voz de Sean fue bajando de volumen hasta convertirse en un susurro a la par que decía algo parecido a lo que se había imaginado Finnick al distinguir el efecto dominó que dominaba las trampas, algunos tramos no estaban diseñados para ser seguros.
—No se lo he dicho a William porque no quiero que monte en cólera pero, como ves, algunas trampas están diseñadas para destruir todo lo que se encuentre en la zona, así que ten cuidado de no accionarlas a menos que tengas suficientes reservas y, o, puedas sobrevivir sin ciertas cosas de esta Cornucopia ¿De acuerdo? No quisiera meterte en problemas.—Giannira sofocó una carcajada y asintió, sosteniéndolo de la mano como si con eso pudiese retenerlo. “Estaré bien” articuló Sean con los labios y ella le sonrió soltándolo, pero enseguida se arrepintió al ver que William besaba a Cynthia apasionadamente.
—¡Al fin! Ya pensé que tendría que enviarles un paracaídas para que recuerden que están en un espéctaculo. —Celebró Evans animado por los gritos emocionados del público y algunos de los presentes explotaron en carcajadas. Finnick se contentó de observar la emisión central unos instantes, los presentadores se divertían alternando imágenes de los tributos restantes en un modo cazador y presa bastante interesante. Evidentemente, ningún mentor tenía permitido avisar directamente a sus tributos de las ubicaciones de los demás pero le ayudaba a intuir un poco a lo que se enfrentarían Sean y Giannira cada día. La “segunda alianza”, como llamaba Caesar al grupo compuesto por los chicos del distrito doce, siete y ocho, seguía en el bosque pero bastante alejados de la ubicación anterior. No habían dejado de moverse en todo en día dirigiéndose hacia un destino concreto, la pradera, cuya entrada iba por unas cuevas que conectaban con toda la arena. Cuevas en las que se hallaban la chica del distrito nueve y el del cinco, respectivamente, aunque bastante alejados el uno del otro. Los presentadores no se tardaron mucho sobre ellos, ni sobre las chicas del distrito once y ocho, que en estos momentos se hallaban paseando en busca de comida; pero sí que recorrieron por encima las cuevas unos minutos mostrando el camino que llevaría a la pradera, a petición del público. Todo bien entramado, algo así como “la luz que se abría paso tras la oscuridad”.
—¿No os parece deslumbrante chicos?—Preguntó el presentador a nadie en particular y Finnick se contentó de anudar una pequeña cuerda entre sus manos, en un intento de calmar la ansiedad que le creaba el estar ahí mirando sin poder hacer nada o casi. Era una práctica que le había aconsejado su mentora durante sus juegos, primeramente cuando había comenzado la repetición de cosechas para calmar los nervios y luego se había aficionado a hacerlo cada vez que tenía ocasión de ello. —Todos estamos impacientes por descubrir los secretos que esconde esa parte de la arena. —Fue solo un segundo en el que Finnick se permitió mostrar interés mientras el presentador exponía mil y un teorías sobre las trampas que podría ocultar esa zona, con el fin de mantener el público alerta mientras no pasase nada. Quería ver si podía descubrir algo más que lo que había avistado Sean aquella noche, una pradera de tétrica belleza iluminada por la tenue luz de la luna era lo que recordaba de entonces, lo mismo que revelaría el televisor hasta que algún tributo se animase a ir hasta allí, una luz...
“¡Ay, maldita sea Cynthia!, no pienses en ello.” Suspiró melancólica al notar que por más vueltas que le diese no podía evitar verse como la mala de la película, pero afortunadamente William lo tomó por inquietud y se contentó de susurrarle unas palabras tranquilizadoras antes de coger una de sus mazas más dañinas y partir. Aquello era como otra contradicción, mentiría si decía que no pensaba en Nolan de vez en cuando, en lo que haría por estar al lado de un chico como él, que no le asustase a cada segundo, y al mismo tiempo era mejor que no.
—Solo que intentes verlo bajo otra perspectiva, angelito, ¿crees que el que muriesen a estas alturas del juego aportaría diversión al Capitolio? —Negó con la cabeza algo asqueada por esa información, ¿estaba insinuando que sus horas de vida dependerían literalmente de lo tanto que se divirtiese esa gente con ellos? —Pues ahí tienes tu respuesta.—
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Queridos tributos, aunque me encanta que esteis aquí y me leáis, me gustaría aún más que me dejarais vuestra opinión. Es lo que me anima a seguir la historia más que nunca.^_^