Capitulo 2: la cosecha
– ¡Ya estoy de vuelta mama!— Gritó, su madre salió a su encuentro, alegre, pero su alegría no duró mucho.
– ¡Ay, dios mío!— Exclamó llevándose las manos a la cabeza. — En esa academia te dejan de pena. ¡Vete a duchar, ipsofacto!
–Sí mama— dijo William y
se fue a la ducha, de camino se arrepintió, ni siquiera había hablado
con su hermano pequeño, bueno, ya lo haría después.
Se duchó y se fue
relajando, fue muy reconfortante, pero duró poco porque tenía que
arreglarse para la cosecha. En su mente pensaba, "solo un año más", "solo un año más"...
Y es que este era el último año de William, tenía dieciocho años y
siete papeletas en la urna, puede que ocho después de lo que pasó en la
gira de la victoria del año pasado, pero ninguna más. La suerte estaba
de su parte, tenía que estarlo.
Una vez bien vestido y
arreglado fue a junto de su madre, que estaba arreglando a su hermano,
Bryan, que con dieciséis años también entraba en la cosecha.
Sin embargo, lo
preocupante para William no era el hecho de que su hermano saliese en la
cosecha. Sino el hecho de que, si no sale, se le ocurra la imprudencia
de presentarse voluntario. Su hermano quería ir a los juegos tanto como
habría querido él, si no hubiera tenido a Cynthia. Sobre todo desde el
año pasado, cuando su hermana Rubí salió en la cosecha. Tenía diecisiete
años, joven, hermosa y prometedora, los regalos le llovieron a ella más
que a ninguna chica de su distrito. Prácticamente ella y el chico del
cuatro, que resultó ser el vencedor, estaban a la par. Podría ganar. Si
no le hubieran tendido una trampa, si no hubiera caído en esa red...
Pero desgraciadamente así se juega, matar o morir, y para matar todo vale.
Aun así no pudo evitar
sentir cierta antipatía por el vencedor de los juegos de ese año.
Finnick Odair, el chico que la apresó en la red, dejándola indefensa,
sin posibilidad de luchar para evitar su muerte... En realidad, esa fue
la técnica que usó contra los tributos que quedaban luego de romperse la
alianza.
Pero eso no quita que
durante un cierto tiempo odió a Finnick por arrebatarle a su hermana. En
la gira de la victoria estuvo a punto de lanzarse sobre él. Mientras le
preguntaba a gritos: "¿¡Era un pez?!", "¡¿era mi hermana un maldito pez para que la cogieras con una red?!"
Afortunadamente los
agentes de la paz lo detuvieron. Y menos mal, había sido una actitud
imprudente y desproporcionada. En aquel momento no se dio de cuenta;
pero bastaba con mirar a los ojos de Finnick para saber que él no quería
eso. Que aquel no había sido el desenlace que hubiera deseado, sino el
único modo de sobrevivir, de vencer, y así volver a casa.
Porque, en el fondo,
todos los tributos desean eso mientras luchan, por eso se entrenan y
esfuerzan tanto, por eso lo dan todo en la arena. Para volver a casa. Lo
malo es que de veinticuatro tributos, solo uno puede lograrlo y para
eso tiene que convertirse en una persona horrible, si no lo es antes,
claro.
En cuanto lo entendió, dejó de odiarlo, pero su hermano no, era más testarudo que él.
Por eso tenía miedo de
que su hermano se presentase voluntario, no paraba de decir que quería
venganza. Y al contrario de lo que dice su nombre, eso no era un juego.
Era un desafió de verdad, una trampa mortal, nunca sabías con lo que te
podías encontrar, podías morir en cualquier momento, no hacía falta que
te encontrases con ningún tributo. La arena está plagada de trampas y
trucos para que el capitolio no se aburra más de un día.
Eso lo ha aprendido viendo los juegos año tras año, nunca puedes relajarte.
Cuando se acercó pudo
ver la escena con más claridad, su padre estaba frente a su hermano con
expresión reprobatoria, mientras que su madre le abrochaba los botones
de la camisa, mirándolo con preocupación.
Conque había pasado, les había dicho que iba a presentarse voluntario.
William suspiró, con una sonrisa se acercó a su familia y saludó.
–¡Hola, papá! Mamá, ya
estoy listo. – Su madre se acercó y se puso a peinarle mejor los rizos
del pelo, William miró a su padre y luego a Bryan, y luego a su padre.
–¿Qué pasa? –Preguntó simplemente, tranquilo.
– ¡Tu hermano quiere presentarse voluntario, eso es lo que pasa!— Contestó su padre, perdiendo los estribos.
– ¡Papá, vale ya! No
pasará nada, ganaré y listo, ¿verdad William? — Bryan miró hacia su
hermano, esperando a que este lo apoyara. Pero él se mantuvo silencioso e
inexpresivo, antes de decir.
–Nunca se sabe, hermano.
Es un juego muy peligroso, si pierdes mueres, así que ten cuidado con
lo que haces. — le advirtió William, sereno.
– Pero yo quiero...
– ¡Hijo, haz caso a tu
hermano!— ordenó su madre. –Lo mejor es que ninguno de vosotros se
presente. Con perder a vuestra hermana ya he tenido suficiente. Y ahora,
vámonos, que llegaremos tarde a la cosecha.
Algo tarde, sí,
llegaron, pero la cola era tan larga que pudieron meterse y registrarse
sin problemas. Entre las chicas de quince años, William pudo atisbar a
Cynthia, estaba preciosa, con un vestido blanco de encaje de manga sisa
cuya falda le llegaba hasta la rodilla. Sencillo pero muy bonito, se
miraron y ella sonrió. William no pudo evitar en pensar en un ángel al
verla, su ángel.
Tan absorto estaba que
ni siquiera notó cuando le pincharon, pero después de que el compañero
de atrás le diera un codazo, espabiló, y se colocó en su sitio.
Acabaron de registrar a
todos y una mujer se levantó. La acompañante del capitolio desde hace
unos años, Mystie; una chica de pelo rizo que cada año se combina de un
color. La ropa, las uñas, el maquillaje, todo del mismo color, este año
había escogido el azul. Lo cierto es que estaba bastante de moda. Le
quedaría bien si no estuviera vestida, solo de azul.
A su lado, en el
escenario se hallaban los vencedores de años anteriores, Gloss y
Cashmere, ganaron los sexagésimo terceros, y sexagésimo cuartos juegos
del hambre. Los primeros, él, los segundos, ella. Nadia, ganó los
sexagésimos, Sam, los quincuagésimo octavos y unos cuantos más de los
que no recuerda el nombre, o los juegos.
De esos últimos, uno de
ellos le llamaba mucho la atención, estaba de pie, apoyado contra la
pared del escenario, se le veía nervioso y miraba fijamente la fila de
los niños de doce años. Era rubio y aparentaba entre veintitantos y
treinta años. Pero no lo ubicaba, seguramente no vio sus juegos.
De pequeño sus padres
hacían lo posible para que no viera los juegos casi nunca. No importaba
quién ganara, querían librarle de aquel terror televisivo. Con Cynthia
fue igual. Los primeros juegos que vio, fue con diez años y aun así hubo
años en los que se negó a mirar, los años en los que los tributos de su
distrito no eran profesionales y morían pronto.
La acompañante
retransmitía el vídeo del capitolio pero se podían contar con los dedos
de la mano las personas que prestaban atención a él. Ni siquiera los
propios vencedores, bueno, algunos sí atendían, pero muy pocos ya que
repetían ese vídeo todos los años. Solo cambiaban las imágenes de los
juegos.
Nombraron los nombres de los vencedores acompañados con un flash
de la arena, únicamente un trozo del paisaje. Las de Cashmere y Gloss
eran casi idénticas, la misma pradera, solo cambiaba la posición de un
lago. La de nadia era un desierto, la de Sam un bosque tropical, y así
fueron pasando paisajes distintos y no tan distintos.
En un momento el hombre
levantó la mirada y se pudo entrever miedo tras sus ojos. Y al fin
William supo su nombre, Evans McCartney. Fue el vencedor de los
quincuagésimo terceros juegos del hambre, su arena tenía un aspecto
siniestro.
El vídeo acabó y la
acompañante era la única que sonreía, tratándolo todo como el
espectáculo que a ojos del capitolio era. Cynthia aún no entendía como
podía hacer esto. Acompañar a dos niños a una posible muerte y lucir tan
radiante como si no hubiera pasado nada, año tras año.
– Anunciado esto,
bienvenidos. Comienzan los sexagésimo sextos juegos del hambre donde con
suerte podremos tener otro vencedor. Bien, como siempre, las damas
primero. —Cynthia miró de reojo a William quién miraba a la acompañante
suplicante, casi rezando. Estuvo a punto de hacerlo pero entonces era
demasiado tarde. Su nombre resonó en los altavoces:
–Cynthia Talvot—Y temblando avanzó hacia el escenario...
William se quedó congelado, el nombre resonaba en su mente "Cynthia Talvot".
No, no podía ser verdad, ella, su ángel, que no podría matar ni una
mosca. En los juegos. Eso era una sentencia a muerte.
La acompañante
pidió voluntarios pero, y a pesar de que ella aún temblaba un poco,
nadie se presentó.
Ella lo miró a él
intentando no llorar, las cámaras la recogían, ya habían visto miedo, no
tenían que ver tristeza. Debía ser fuerte, ya se derrumbaría en la
arena, porque no iba a ganar, eso seguro.
– Preciosa. —Juzgó la
acompañante mirándola y sonrió. ¿Cómo podía alguien sonreír en un
momento así? – Ahora vamos a elegir a nuestro afortunado tributo
masculino.
¿Afortunado? Esta mujer
delira. Se acercó a la urna de los chicos, la plaza estaba en silencio,
algunos la miraban con pena, sabiendo que no iba a volver. Otros, la
mayor parte chicas, sonreían porque así tendrían a William para ellas.
En un momento se fijó en
el vencedor, que no apartaba los ojos de la plaza, y vio a quién
miraba, un niño de doce años parecido a él. Su hijo, por eso estaba
preocupado, por eso miraba. Evans le sonreía animándole, ella sabía por
qué, también lo había vivido, solo tenía una papeleta entre miles. No
podía salir elegido.
Pero cuando eres hijo de un vencedor las cosas cambian...
Y eso finalmente se demostró cuando el nombre del chiquillo salió por los altavoces.
– John McCartney –
Cynthia tuvo ganas de gritar al ver al niño avanzar, de avanzar y gritar
al capitolio, "¡solo es un niño!" Mientras, el pequeño avanzaba hacia
el escenario. Su padre fue a ayudarle en los últimos tramos, sin embargo
ya se veía que él no iba a la arena. Desde su posición pudo contar, al
menos tres chicos con pasos al frente preparándose para el momento de
los voluntarios. Entre ellos, William y su hermano.
– ¡Oh, el hijo de un
vencedor!—Exclamó Mystie, como la odiaba. – ¿No te sientes orgulloso,
Evans?—Debido al reflejo de la luz solar no se podía apreciar bien, pero
Cynthia juraría que Evans la fulminaba con la mirada. –¡Ven,
pequeño!—Mystie acercó al niño hacia el frente del escenario. El pobre
aún estaba en shock. –John McCartney, señores. –Presentó. — ¿Algún
voluntario para ocupar su lugar?
Y tal como Cynthia
esperaba varias manos se levantaron. Primero seis, luego cuatro, tres,
dos. Thymothi la había bajado a una mirada de Bryan, una. ¡No lo podía
creer Bryan, quién más deseaba ir a los juegos acababa de bajar la mano!
Claro que William nunca se lo permitiría. Y fue este mismo el que dio
un paso al frente, aprovechando que más de media academia lo temía y
dijo.
– ¡Yo! ¡Me presento voluntario como tributo!
La acompañante sonrió, y dijo algo como "perfecto, eso es el espíritu de los juegos ¡Lucha, desafió! Salvación,..."
Mientras William subía al escenario esperanzado, lo había conseguido,
había reunido el valor para presentarse voluntario. Podría salvarla.
–¿Cómo te llamas,
joven?—Le preguntó Mystie, ¿en serio no sabía su nombre? Debía de ser
la única del capitolio que no lo sabía. Estaba seguro que, después del
"espectáculo" que había dado durante la gira de la victoria de Finnick,
todo el mundo lo recordaría como un loco degenerado. Inspiró hondo y
dijo decidido.
– William Turner
"Y voy a hacer que ganes esos juegos ,preciosa.
" pensó mientras miraba concentrado a Cynthia, en el momento en que él y
ella se presentaban al frente y recibían aplausos del público; aunque
más por él que por ella. Los juegos acababan de comenzar.
Moooola
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